No hay mayor traición que
la que se viste de no serla. No hay mayor abandono que el que se camuflan en
variopintos derroteros. Pero en la vida la capacidad de
sorpresa es de las pocas cosas que existen siempre y llegan de forma
inesperada. Crueles sorpresas la que visitan mis lides. Pues algunos, sí caemos
del guindo, y el idealismo nos sobrepasa hasta puntos inimaginables. Y eso
tiene sus nefastas consecuencias.
Pues ante todo soy absurdo, necio, e
incluso sobrepasando la imbecilidad. Algunos lo llamarán virtud… ya os puedo
adelantar que ante todo es un gran defecto. Ser crédulo, confiar en las
personas de forma ciega, creer en sus palabras, en sus miradas, en su tacto. No
es confianza, es nuestra estúpida mente que ve lo que ansía tener. Y nuestro
nefasto aconsejador, el corazón, tiñe de mariposas el propio estómago para
dejarte cautivar por lo que piensas que ésta
sí es la verdadera ocasión. Más lejos de la realidad. Cuan mecanismo
masoquista nos dio esa deidad que supuestamente nos creó. Seguro que tuvo por
hijo a Maquiavelo.
Pero la verdad se impone siempre, aunque
no guste. Y la prefiero aunque su sabor sea de las más amargas hieles. La verdad de que nada es totalmente
verdadero, ni certero. Que un verso de una canción nunca será ese axioma
existencial entre dos personas… simplemente es un verso carente de sentido, más
allá de la musicalidad de la canción de la que procede. La verdad de haberme
confundido de época y no adaptarme a las sociedades modernas. Que obsoleto es
lo de en la salud y en la enfermedad, cuando existe algo más práctico, el clínex,
de usar y tirar en cuanto pueda llegar un pequeño y nimio resfriado. La verdad
de que las palabras se las lleva el viento, y las escritas también, pues casi
por arte de magia lo que parecían significar, se tornan en todo lo opuesto. Qué
habilidades disponen muchos para tales menesteres. La verdad de que detrás de unas supuestas y entendibles
razones, no hay separación, aunque se finja que es eso, sino el más absoluto
abandono con toda la desprotección que ello conlleva. Y esa es otra verdad, el
ser iluso por ilusionarte en sentirte protegido, pleno, feliz, aunque la vida
sea ardua y dura. Pero llega nuestra amiga sorpresa y nos despierta a base de
golpes y lágrimas por doquier… y sólo queda vacío profundo, tristeza agónica,
vulnerabilidad aplastante… y un sinfín de epítetos con similares
características.
La
vida nos tiñe de irrealidades con crueles pinceladas de ironía, aderezada un
poco de grandes paradojas. Pues como decía, no hay mayor traición que la que se
viste de no serla. Y no hay mayor traición con uno mismo que repetir sentimientos
y actuaciones que por juramento nunca volvería hacerlo. Por favor, que alguien
me devuelva al siglo XIV, donde el honor y otros valores eran sagrados tan sólo
con dar tu palabra. Hoy todo es efímero… y lo primero, la palabra.
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